En el poema del marchamalero Ángel de Lucas Gil, escrito en 1984, se relata el papel de este lugar en la vida cotidiana del pueblo, en virtud de lo conservado a través de décadas en el seno de la memoria histórica popular de los gallardos: «Fue la viga de un lagar, de aceituna caducado. El banco de la paciencia, estaba bien situado, pues cuando salía el sol, ya le estaba acariciando. Su nombre era  conocido, por gentíos muy lejanos, que acudían a vender, o a comprar a Marchamalo. Acudían de Valencia, acudían los murcianos, acudían los gallegos, para hacer aquí el verano. Y en el Banco de la Paciencia, se pasaban muchos ratos, esperando que llegaran, «amos» para hacer contrato. En cuanto salía el sol, ya estaba el banco ocupado, era la caja rural, donde se hacían contratos, para regar o labrar, o lo que requiera el campo. Aquí los trabajadores, hacían sus comentarios, tomaban el aguardiente, y partían al trabajo. Vinieron varias riadas, y las aguas lo arrastraron, y los vecinos del pueblo, siempre lo recuperaron. Era vecino del pueblo, y como tal lo trataron, miles de conversaciones… millones de comentarios.. eran las pequeñas cosas, que tanto nos hermanaron. Amaneció una mañana, y allí ya no estaba el banco. Alguien se preguntará: ¿Quién y por qué lo quitaron? Él tenía sus derechos, como cualquier ciudadano, las costumbres en los pueblos, son Ley, a los ciertos años. Y nuestro banco tenía, tres o cuatrocientos años…»

El Pozo de la Nieve

Para poner disponer de hielo, formado con la nieve, se crearon los llamados Pozos de la Nieve, unas cavidades cavadas en la tierra cimbrados de piedra o ladrillo con aberturas para que saliera el agua. Siendo recubiertos con madera y tejas, de manera que no pudiera entrar ni el sol ni el aire, y dejando una puerta y el desagüe necesario para que el agua sobrante saliera libre.

En el interior del mismo se pisaba una capa de nieve y se recubría con paja, consiguiendo varias capas con el mismo procedimiento para mantener la temperatura y generar hielo con la presión. El encargado de estos menesteres era el obligado, persona que se obligaba al servicio y demanda del hielo mediante subasta pública que se celebraba todos los años a finales de diciembre. En 1750 el Ayuntamiento pagaba 140 Reales por el tributo del quinto y millón de nieve al obligado.

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