La mayoría de los pueblos y ciudades son reconocibles por sus símbolos, tradiciones y costumbres, pero también por sus singularidades culturales o culinarias. En el caso de Marchamalo, una de sus indudables señas de identidad es el pan y sus panaderos.

Hasta tal punto ha sido así a lo largo de la historia que la Real Academia de la Lengua y publicaciones especializadas en Etnología, Tradiciones y Costumbres recogen el dicho popularmente conocido e identificativo de nuestro pueblo que reza: «Pan de Marchamalo y vino de Yunquera hasta que me muera», o «Pan de Marchamalo, carne de la Alcarria y vino de Yunquera, siempre los quisiera».

La merecida fama del pan de Marchamalo conoció su máxima expresión a principios del siglo XVIII, cuando, recién acabada la Guerra de Sucesión, el primer monarca de la Dinastía Borbónica, Felipe V, concedió a Marchamalo el privilegio de cocer el pan para venderlo en Guadalajara donde se había instalado la Real Fábrica de Tapices y Paños con la que, al mismo tiempo, se premió a la Ciudad de Guadalajara por su decidido apoyo al citado monarca, que llegó a instalar en Marchamalo su Cuartel General en el Palacio de Ramírez de Arellano durante varios momentos de la contienda.

Por el Catastro de la Ensenada podemos conocer que en el año 1750 Marchamalo contaba con siete Hornos de Pan Cocer que eran también utilizados como Hornos de Poya (alquiler) con 47 panaderos y horneros. Dichos hornos se encontraban en las calles Real Mayor, Alameda, Plaza de la Cruz, Calle de la Charca, Eras Blancas, Plaza de los Pollos y Magaña.

En el siglo XX eran cuatro hornos los que continuaban la actividad tradicional cociendo el pan de forma artesanal con leña y paja, aunque indudablemente, la fabricación había disminuido al producirse el cierre, a finales del siglo XIX, de la citada Real Fábrica de Tapices y Paños, además de disminuir el tránsito de viajeros y tropas por el Camino Real de Navarra a Francia, que en los siglos anteriores fue el más importante y utilizado de la provincia.

A pesar de ello esos cuatro hornos siguieron manteniendo la actividad y la tradición, a la que se unieron más recientemente los asados, siendo utilizados y alquilados desde tiempo inmemorial para la elaboración de los bollos, magdalenas y pastas por las mujeres de Marchamalo, que se afanaban en estos menesteres con motivo de las Fiestas de Mayo. Estas tradición, que hoy ha dejado de practicarse gracias a los avances técnicos, ha ido derivando hacia los típicos bollos de Marchamalo, que se siguen fabricando por los actuales panaderos locales.

Otra de las costumbres que perviven es la elaboración de los famosos panecillos del Domingo de Ramos, que se consumen junto con la tortilla que los marchamaleros llevan a los diferentes parajes del entorno de Marchamalo continuando con la tradición ancestral de esta celebración.

En la actualidad solo continúan su actividad, ya con las instalaciones completamente modernizadas, dos de aquellos hornos centenarios: el de los Hermanos Ortega y el de Gabriel Poudereux, que al igual que sus padres, continúan con fabricación de este producto de primera necesidad que dio la merecida fama a Marchamalo traspasando sus fronteras.

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