Desamortización Mendizábal y Madoz

A mediados del siglo XIX se produce la desamortización de Mendizábal y los ‘bienes de manos muertas’ salen a la venta en pública subasta siendo adquiridas, en su gran mayoría, por gentes adineradas que constituirán la burguesía capitalista. Muchos de los colonos que habían trabajado estas tierras desde generaciones no pudieran competir, pasando a convertirse en jornaleros. En otros lugares se incrementó el peso de los latifundios y la concentración de propiedades de la tierra.

La desamortización de Madoz en 1885, supuso el golpe de gracia al acabar con las tierras comunales y las propiedades de ayuntamientos, de procedencia medieval y realenga, lo que indudablemente vino a menoscabar la economía de muchos campesinos, que tenían en estas tierras comunales la posibilidad de abastecerse de leña, caza y pasto para los ganados.

Así ocurrió en Marchamalo con las numerosas dependencias municipales que poseía el Consistorio, junto con las propiedades rústicas, tales como la Dehesa Boyal, en realidad tierras poco fértiles que fueron divididas en suertes siendo compradas por vecinos con pocos recursos. De ahí el dicho popular gallardo: “quien tiene una suerte en la Dehesa, no tiene una suerte, sino una desgracia…”. De este modo surgiría un nuevo orden económico y social con la desaparición de los citados estamentos, lo que permitía una agricultura más productiva y rentable y, al mismo tiempo, la aparición del caciquismo, siendo su paradigma en Guadalajara el Conde de Romanones.

A mediados del siglo XIX, coincidiendo con los procesos desamortizadores y el auge del comercio, llegaron a Marchamalo diversos comerciantes procedentes de algunas regiones de España, como la familia Bellot-Beltrán (Valencia) o Mediavilla (Benicarló) y otros potentados que adquirieron las fincas y bienes desamortizados, como las familias Villapecellín, López Soldado y del Vado, en suyo seno hubo dos Diputados por Guadalajara (en 1853 y 1854, Don José Maria Medrano Lopez-Soldado, casado con Maria Josefa del Vado García, de Marchamalo, y Don Manuel del Vado Calvo, Diputado en 1869 y Senador en 1867 y 1872). En el año 1885 el alcalde constitucional era Félix Villapecellín, cuya familia tenía incluso médico privado y un Panteón funerario que se encuentra en el centro del antiguo cementerio. Al mismo tiempo, procedentes de la región francesa de Auvernia o Auverne, y después Cantal, llegaron a la provincia de Guadalajara comerciantes dedicados a tenderos de ultramarinos, caldereros o panaderos. Fueron conocidos como los «auverneses» de Castilla. En Marchamalo se estableció la familia Poudereux.

Según el Diccionario de Madoz, Marchamalo tenía «250 casas, la Casa Consistorial con cárcel, escuela de instrucción primaria, una iglesia parroquial, el terreno es llano y de buena calidad, como de campiña, con una alameda y una dehesa de pasto, poblada de chaparros y robles. Su producción agrícola es de trigo, cebada, centeno, aceite, vino, garbanzos, guijas, guisantes, habas, melones, leña como combustible y hierba de pasto, con las que se mantiene ganado lanar y las yuntas necesarias para la agricultura. Hay caza de perdices, conejos, liebres y codornices. La industria es agrícola, panadera, un molino aceitero y algunos de los oficios más indispensables. El comercio se centra en la exportación del sobrante de frutos de huerta y de pan, que es muy estimado por su clase superior y se conduce principalmente a Guadalajara, en donde se surten los vecinos de los artículos de consumo que faltan. La población es de 860 vecinos y 1080 almas. El capital de producción son 9.018.890 reales, con 5.800 reales de presupuesto municipal que se cubre con el fondo de propios y arbitrios y reparto vecinal en caso de déficit».

El proceso desamortizador incrementó la propiedad de la tierra en manos de personas adineradas, de modo que casi la mitad de las fincas cultivables de España (43%) constituyeron los latifundios. La mayoría de las fincas rústicas de Marchamalo eran propiedad de los conventos de Guadalajara, así como de las distintas iglesias y cofradías, capellanías, memorias y vínculos, y con ellos los censos (hipotecas o créditos que se embolsaba la Iglesia). Guadalajara, en el año 1642, era una ciudad de 6736 habitantes donde existían 6 conventos de frailes y 7 de monjas.

Al mismo tiempo, el estamento de la nobleza y sus distintos mayorazgos, patronatos, hidalgos y particulares poseían, junto con el clero regular y secular, la propiedad del 80% de dichas fincas. Uno de los mayores propietarios era el Convento de Santa Clara que poseía 794 fincas, varias en Marchamalo, además de 120 censos o hipotecas y otros ingresos como las rentas del trigo, aceite, vino, carnicerías y otras rentas derivadas del hierro y las salinas. El edificio del Convento, del Siglo XIII, fue adquirido, durante el proceso desamortizador, por el Conde de Romanones, siendo demolido para construir en su solar el famoso Hotel Palace, cuyo edificio permaneció en uso hasta la década de los 60 del siglo XX, momento en que fue derribado siendo ocupado actualmente por una entidad bancaria.

Por aquel entonces la Iglesia era al mismo tiempo terrateniente, institución de beneficencia y patrono con empleados, colonos y renteros a su servicio. No es menos cierto que el clero, al tener tantas propiedades y riquezas, no era excesivamente exigente con sus renteros y colonos, que trabajaban las tierras como si fueran de su propiedad y en los años de malas cosechas o cuando el granizo o las plagas las destruían «perdonaban» sus rentas. No ocurrió lo mismo con los nuevos propietarios que, en su mayoría, no fueron tan generosos con los colonos y sus rentas, por lo que poco a poco muchos de ellos fueron conviertiéndose en jornaleros.

De entre los compradores de las fincas en Marchamalo destacó la familia Villapecellín y Doña Eladia López-Soldado, conocida popularmente como la «Pecellina», quién habitaba la Casa-Palacio (Zúñiga-Valdes) de las Eras Blancas. Ella misma cedería los terrenos frente al palacio que ocupaban las eras, para la construcción del actual colegio público ‘Cristo de la Esperanza’. El panteón-mausoleo donde descansa la familia se encuentra en el centro del cementerio antiguo de Marchamalo, dándonos idea de su poder económico en aquellos tiempos.

Dentro de las propiedades desamortizadas en 1841 se incluyeron las fincas correspondientes al entonces despoblado de San Martín del Campo donde se levantaba una Plaza de Toros de tientas (aún son visibles los cimientos) y capeas de la ganadería que pastaba en sus fincas. Por aquellos años la aldea de El Cañal tenía 47 habitantes, y dentro de su término se encontraban los despoblados de Zaide y Cervantes. En el río Henares se pescaban anguilas y barbos, y juntó a él se encontraba un molino, harinero y maquilero, movido con la fuerza de las aguas, adonde acudían a moler los marchamaleros a través del paraje conocido como Carramolino.

Ir al contenido